Hay días en los que no puedo evitar acordarme de ti. Puede ser uno cada año, cada mes, cada semana o cada día. Incluso a cada minuto. ¿Qué más da? El caso es que no sales de mi mente.
Me invaden las ganas de coger el teléfono y llamarte, escuchar tu voz o ver tus palabras escritas en la pantalla. Luego me acuerdo de que ya no somos nada y se me pasa.
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