lunes, 3 de abril de 2017

Un ladrón es un ladrón.

No hace mucho, mi abuela me contó lo que le pasó el pasado domingo mientras estaba en misa. Al parecer había llegado la hora de pasar el cepillo y una señora ya entrada en años, al ver que alguien había echado un billete, ni corta ni perezosa, mete la mano en la bolsa, lo saca y se lo mete disimuladamente en el bolsillo. Menudo escándalo, ¿no? Pues aunque muchos lo vieron, nadie hizo absolutamente nada. La señora se fue de rositas con el billete en el bolsillo. ¿No les resulta familiar?

Me pregunto en qué piensa este tipo de gente. En teoría, las personas que van a misa es porque creen en Dios y porque comparten sus doctrinas. En la religión católica, como en general, en casi todas las religiones, robar es pecado. ¿Robar en la casa de Dios qué es? ¿Pecado al cuadrado?

Así va el mundo... Si las señoras, aparentemente inocentes, que van a misa se dedican a robar un mísero billete del cepillo de la iglesia, ¿qué no harán los que tienen oportunidad de robar millones sin ningún tipo de consecuencia? Una coma mal puesta, un cero de menos, todo cuadrado y lo que sobra para el bolsillo. Perdón. Me he equivocado. Los que roban desde un despacho no son ladrones, solo se apropian indebidamente del dinero que ``sobra´´. Mientras que en las calles hay gente que tiene serias dificultades para salir adelante. 

Perdonen que les diga. Un ladrón va a seguir siendo un ladrón, ya robe en la iglesia, en el supermercado, robe un bolso o se apropie indebidamente del dinero que ``sobra´´ en las arcas del estado. La diferencia entre uno y otro es que los más peligrosos suelen ser los que parecen más inofensivos porque a simple vista parecen majos, tendrían que ser honrados y se supone que lo que quieren es hacerte la vida un poco más fácil. Suelen ser los que llevan traje y trabajan en una oficina, manejando la vida de todo un país. 

A estos últimos también les pasa como a las señoras que roban los billetes del cepillo de la iglesia. Como nadie se queja, se van a  su casa con toda tranquilidad, con el dinero en sus bolsillos o en algún paraíso fiscal. 




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